- Marcia Morgado
De lo clásico a lo contemporáneo: Veinte artistas cubanas a lo largo de un siglo

El barroco, según José Lezama Lima, es una constante americana que prevalece en Hispanoamérica y Cuba en particular. Ese es posiblemente el hilo conductor entre los enrejados, bosques, retratos, ángeles, paisajes, mitologías, frutas y catedrales que pueblan muchas de las obras en Cien años de creación por veinte artistas, que puede visitarse hasta el 15 de noviembre en la galería Cernuda Arte, de Coral Gables.

La exhibición de grupo abarca pintoras nacidas entre 1858 y 1978. Ramón Cernuda, director de la galería, seleccionó las artistas que conforman la colectiva porque las considera de gran calidad y representan diversos estilos. La selección de más de cien obras presenta desde lo tradicional hasta las vanguardias, así como influencias europeas y africanas. La instalación de pinturas, esculturas, colografías e instalaciones creadas a lo largo de un siglo está dividida en ocho salones situados en dos edificios contiguos. Algunas artistas son conocidas mundialmente mientras que otras han sido marginadas; una exhaustiva investigación histórica y educacional contribuye a situarlas en el contexto adecuado.

Entre Elvira Martínez de Melero (1858-1925) e Irina Elén González (1978) observamos un abanico estilístico que abarca desde la internacionalmente reconocida modernista Amelia Peláez (1896-1968), quien conquistó un importante lugar en la pintura del siglo 20, hasta la surrealista contemporánea DEMI (1955), quien articula un mundo encantado cargado de emoción al relatar historias personales que trascienden al plano universal.
En contraste a la delicadeza expresionista que distingue a Raquel Lázaro (1917-2020) al plasmar un mundo mágico, el expresionismo con influencia de la pintura de acción está presente en las mujeres que Gina Pellón (1926-2014) pintó durante décadas; también en la angustia existencial que define mucha de la producción tanto de Antonia Eiriz (1929-1995) como de Lourdes Gómez-Franca (1933-2018).
María Ariza (1873-1959) optó por lo tradicional para sus paisajes y desnudos, el estilo naif le sirvió a Uver Solís (1923-1974) para canalizar preocupación social y relatos personales en el contexto de la experiencia afrocubana. Las colografías de Belkis Ayón (1969-1999) muestran cómo sondeó el ostracismo y formas de control en las estructuras de poder usando la hermandad secreta Abakuá y su exclusión de las mujeres.
Flores, frutas y paisajes pueblan la pintura de Martínez de Melero, María Capdevila (1881-1981) y María “Pepa” Lamarque (1892-1975).

No obstante la amistad que unió a Lamarque y Peláez, nunca exploró la vanguardia manteniendo un estilo naturalista. Mirta Cerra (1904-1986) inicialmente alternó retratos de campesinos con paisajes influidos por el postimpresionismo, para más tarde enfocarse en paisajes urbanos de influencia cubista. El abstraccionismo definió a Loló Soldevila (1901-1971) única mujer integrante del grupo Los Diez Pintores Concretos, fundado en 1959. La brillante paleta de Flora Fong (1949) refleja las intensas gamas del trópico. Un luminoso colorido prevalece en los sueños y mitos que Irina Elén González (1978) plasma en lienzos desbordantes de optimismo.
En directa yuxtaposición a las pinturas tridimensionales cargadas de nostalgia características de las Hermanas Scull (1931) aparece la monumental Destierro, originalmente parte de una performance de Tania Bruguera (1968), artista multidisciplinaria de trayectoria internacional. Clara Morera (1944) usa diversas técnicas para plasmar las mitologías africanas, reales o inventadas, que conforman su trabajo. Siguiendo la tradición de la pintura plein-air Lilián García-Roig (1966) elabora paisajes e instalaciones inspirados por la densidad boscosa.
No obstante la variedad estilística y temática, el barroco se filtra en Cien años de creación por veinte artistas, indicando su presencia en nuestro ADN.

