- Marcia Morgado
Hablando de libros con Sandra Cisneros
De la casa en Mango Street a Mujer sin vergüenza por el sendero budalupista

Nacida en Chicago, 1954, Sandra Cisneros obtuvo una Licenciatura en letras inglesas de la Universidad Loyola en Chicago (1976), marchó a la Universidad de Iowa, donde en 1978 obtuvo una Maestría en creación literaria. En Iowa comenzó a escribir las viñetas que formaron su primera novela, The House on Mango Street (La casa en Mango Street) publicada por primera vez en 1984. Esa novela se ha convertido en libro de culto, lectura requerida en las escuelas de los Estados Unidos, desde primarias hasta universidades. Ha sido traducida a 25 idiomas y se han vendido en exceso de 6 millones de ejemplares. Actualmente colabora con el compositor Derek Bermel en la ópera del mismo nombre.
En 1987 publicó My Wicked Wicked Ways, su primer poemario. Durante la gira de ese poemario comenzó “a leer poemas sueltos”, que formaron Loose Woman (1994). Otro libros incluyen El arroyo de la Llorona y otros cuentos (1991; el libro infantil Hairs/Pelitos (1994), su segunda novela, Caramelo (2002); Una casa propia: Historia de mi vida (2015); Puro Amor (2018) y Martita, te recuerdo (2021).

Transcurrieron 28 años entre Loose Woman y Woman Without Shame –Mujer sin vergüenza, que en ningún modo implica ser una sinvergüenza–, excelentemente traducido al español por Liliana Valenzuela. Esta es una colección llena de luz, humor, compasión, honestidad, sapiencia y valentía; es un canto a la libertad femenina escrito con osadía y candor. Poemas como Más te vale no ponerme en un poema y Mujer busca su propia compañía reflejan esas características. En algunos poemas menciona objetos religiosos: “mi veladora de San Martín de Porres”, “velas, copal… Un buda en loto”, Buda y las creencias búdicas aparecen repetidamente: “En caso de duda / Saluda a todos como si fueran el Buda”. ¿Budista? “Soy Budalupista”, responde con característica meliflua entonación.
¿Budalupista? “Sí, mi maestro Thich Nhat Hanh nos dijo que regresáramos a nuestras raíces espirituales”. Las enseñanzas del venerado monje budista vietnamita, fallecido el pasado enero, estaban centradas en tener conciencia, compasión y practicar la no violencia. De niña Cisneros vacacionaba en Ciudad de México con sus padres y hermanos; se quedaban en el municipio de Tepeyac, al norte del DF: zona de rica energía espiritual. En tiempos precolombinos, el cerro del Tepeyac estaba dedicado a Tonantzin, la diosa de la fertilidad. Allí, en 1531 a Juan Diego se le apareció la virgen y más tarde se construyó la capilla original dedicada a Nuestra Señora de Guadalupe.
“Esa era nuestra parroquia”, explica Cisneros, quien ve a la Guadalupe cómo “un portal de Luz” que guía su vida. El budismo y la esencia de luz guadalupana van tomados de la mano en la vida de Cisneros. Para ella escribir es una actividad espiritual y una manera de recuperar la historia y homenajear a sus ancestros. El estilo de Cisneros fusiona inglés y español con la misma fluidez que fusiona dos prácticas espirituales, creando una melodía singular en la que la cultura ancestral se entreteje con la contemporánea, en la que el México milenario se vincula a la joven nación que es Estados Unidos.
Asegura que cuando la escritura es una práctica espiritual, el ego queda a un lado y el producto “es siempre bueno”. Tal como el poeta español Antonio Machado escribió “soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”.

“Estoy en un proceso de aprendizaje para ir a donde tengo que ir. En esta etapa de la vida sabemos dónde fallamos y dónde nos falta ir. Veo que he hecho cosas muy buenas, ay pero me falta mucho, me quedan cosas por hacer”. Algo que no es siempre fácil, ante lo que ella dice “hay que ‘hacerle el try’, como dicen en Texas, hay que intentarlo”.
Sus responsabilidades como mujer, escritora y persona pública con una plataforma poderosa se enlazan: “Necesito estar en mi camino espiritual. Usar mi poder femenino-divino, aprender al máximo porque soy una maestra y soy, no curandera, pero sano a través de lo que escribo. Espero que la gente vea qué estoy haciendo el máximo para canalizar mi activismo político a través de lo que escribo; especialmente en este último libro”.
Lo quiere hacer de la misma manera que lo han hecho “escritores a quienes admiro como Martín Espada, Edwidge Danticat y Joy Harjo”. Quisiera contribuir para “dejar el planeta en mejor forma que lo encontré”.
¿Qué necesita tener con ella siempre? “Necesito tener animales y belleza. Y poder ver el cielo y las nubes, la caída del sol y... unos caramelos no vendrían mal”. Sus preferidos son los cremosos caramelos de mantequilla salada oriundos de Bretaña.
Tras años viviendo en Texas, ahora comparte la Casa Coatlicue en San Miguel de Allende con dos chihuahuas: Luz de Mi Vida y Osvaldo Amor; Nahui Ollin, un xolo-chihuahua y una perra salchicha, Leopoldine Puffina. Entretanto, descubre la tierra de sus antepasados y aprende de sus lecciones, “del ánimo del pueblo ‘que sí se puede’: es puro aguantar, puro adelante. Me llena de luz, amor, cariño y orgullo”, lo cual veremos reflejado en su próxima novela.
Crédito de Fotos: Alamy / Libros cortesía de la autora